270.000 folios

La lluvia ha caído sobre el oro encendido de los árboles, pero el país sigue ensimismado en su conciencia. El coro de tricotosas, aquí llamado chusma, no logra ser corifeo de tábanos y avispones como cuando los atenienses eran capaces de juzgar a un perro por haberse comido un trozo de queso siciliano.

Sin embargo, tiene mucho de comedia de las equivocaciones ese desfile de padres y madres de la patria por la Audiencia Nacional haciéndose un nudo en la garganta. No dicen la verdad ni por equivocación, como aquel personaje de Ramón Gómez de la Serna, de tan mala memoria que «se olvidó de que tenía mala memoria y se acordó de todo» y lo contó.

Estos testigos de alto copete preferirían que les arrancaran la lengua antes que cantar. Los jueces, que entran entre el relámpago de flashes, como salen del Wellington los toreros en San Isidro, tienen dos caminos: el que va al Gran Sanedrín de las cuotas o el que conduce a pudrirse en cercanías.

«¿Veis aquél? –se dice en los Sueños del Infierno–. Pues un mal juez fue, y está entre los bufones, pues por dar gusto no hizo justicia y a los derechos que no hizo tuertos los hizo bizcos». Aquella mala opinión de los togados la confirma Bartolomé Leonardo Argensola, el divino Juvenal aragonés: «Pesquen los magistrados por los charcos / que hacen más las ranas que las leyes».

Javier Gómez de Liaño utilizó la expresión «España sub iudice» y usa la prosa satírica al hablar de fiscales de gallinero, abogados del diablo, tribunales de la plebe y testigos de oficio. Ahora, para confirmar que la teoría es gris si se la compara con un patio, ha experimentado el acoso con posados y escuchas de los hurones. También le preocupa la confusión de la prosa y ha pedido a los jueces que escriban los autos con claridad. Ya es demasiado pedirles síntesis.

No he visto casi nada tan grotesco como las sentencias de 15.000 años de cárcel y los sumarios de 200.000 folios. El del caso Gürtel, con más de 270.000 folios, 640 tomos, es una muralla china de papel para impedir que la traspase la verdad. En la edad de los microblogs y los 140 caracteres nadie se ha leído jamás un sumario de 1.000 folios. Quizás los periodistas incurramos en la deformación profesional de pensar que todo se puede contar en folio y medio, pero cuando he consultado a los expertos me lo han aclarado: es que algunos jueces no saben instruir.

Esa verborrea grotesca, esa garrulería oral, junto a otros ardides, retrasan los juicios hasta la eternidad. ¿Para qué hablar de la prescripción, esa amnesia del Estado, indulto encubierto para banqueros y políticos?